Hacía mucho que no subía el monte Adi, ( 1459 mts ) aunque si recordaba que desde allí se disfrutaba de unas espectaculares vistas, pudiendo verse en días claros el mar como en esta ocasión, no sin una cierta neblina. El esfuerzo valía la pena, me dije, mientras dejaba al compañero en el camino, pues no hay recompensa sin esfuerzo.
Todo era perfecto, el día claro, la buena temperatura, los colores rojizos que el otoño nos deja en esos robledales y hayedos, pero no contaba con una excursión de montañeros talluditos que llegaron de repente, poniéndose a hablar a grito pelado y rompiendo la magia del silencio que hasta entonces disfrutábamos los allí presentes, una magia por otra parte interrumpida de vez en cuando por los disparos lejanos de cazadores, que nos hacía volver a la tierra bruscamente recordándonos que si bien los paisajes maravillosos existen, también existen diversas faunas que no saben aburrirse sin molestar todo lo que se menea.